El héroe sin nombre
Entre todo lo que consiguió Agustín Rossi en su paso por Boca, nunca pudo ganarse el reconocimiento a través de un apodo o alguna referencia que lo haga indiscutido. A diferencia de Dibu, el uno de Al-Nassr no quedará grabado en la memoria más que por su nombre de pila…

Por algo será que Agustín Rossi no llegó a tener siquiera un apodo que lo distinguiera del político homónimo. Esa cara de hombre serio y enojado definió su póster, en contraste con la irreverente imagen de Dibu Martínez con su guante de oro como extensión de su miembro masculino. Hay que reconocer, eso sí, que Rossi no cambió su gesto ni en las buenas ni tampoco en las malas. No lo hizo logrando hazañas incomparables en un arco que no es para cualquiera, pero tampoco cuando se lo discutía y se desconfiaba de cada pelota que se acercaba a su área.
El contraste de su imagen final como arquero de Boca (en una escala de aeropuerto, sin siquiera despedirse de sus hinchas) se termina dando en medio de una euforia inédita por el puesto, donde Dibu se convirtió -después de Messi- en el valor más importante del campeón mundial. Y también en la figura más aclamada y más imitada por los chicos.
Toda una paradoja es la comparación entre los dos arqueros de los que más se habló en los últimos tiempos. Mientras uno dedicó su carrera a buscar su lugar en Europa y logró llamar la atención del público grande recién a sus veintilargos, el otro tuvo muy joven su golpe de suerte al llegar a Boca y -años después- cambiar dudas y críticas por aplausos y reconocimiento. Y en el transcurso de esos tiempos reveladores para ambos, se encontraron en la única convocatoria que Rossi tuvo a la Selección, algo que sucedió apenas meses atrás.
Sin embargo, mientras Dibu centró su norte en el arco que más notoriedad le dio, Agustín (así, sin diminutivos siquiera) consideró que los penales atajados eran la única puerta para un salto económico. Y así se alejó de su consolidación como ídolo de una hinchada que aclamó por su continuidad.
Podemos caminar hoy por la calle y ver cientos -cientos- de camisetas amarillas flúor o rojas, todas con el número 23 y el E MARTINEZ en la espalda. También encontrarnos niños con sus parietales izquierdos decorados con la bandera argentina. Son esos que cuando se tiren en el arco imaginario de cada picado gritarán “El Dibuuuuu”, sean del equipo que sean.
También los de Boca se identificarán con el marplatense, porque saben de su cariño por la azul y oro. O no, simplemente lo harán por las alegrías y por una cuestión generacional. Nosotros, los que venimos más atrás, seguiremos volando (o volcando) al grito de: “El Monooooooo” o por qué no “El Locooooooo”. Incluso alguno más contemporáneo podrá gritar “El Patoooooo”.
Porque todos los hinchas de Boca sabemos de arqueros. De arqueros ídolos. Esos a los que -cariñosamente- adoptamos con un nombre que los distinga casi como un sinónimo. Casualmente o no, Rossi se quedó en Agustín. Y, con todas sus hazañas a cuestas, eligió irse de Boca casi como un héroe anónimo. Un héroe sin nombre.