7 de marzo

Crónica desordenada y desesperada del día que los sueños se volvieron realidad y -de golpe- empezaron a romperse para siempre

Los sueños dañados aunque vigentes, el mundo avanzando a una velocidad descontrolada rumbo a un freno que se anunciaba pero que no tenía precedentes. Ese mismo sábado confluían en un mismo escenario la vuelta de Maradona al lugar donde más se lo identificó como jugador y símbolo del fútbol argentino y la posibilidad de que Boca sea campeón frente a sus ojos. Y ahí estábamos: los hinchas que lo amaron incondicionalmente, la mística de La Bombonera dispuesta a generar el milagro de arrebatarle el título al todavía puntero River y yo. Yo que tenía un solo objetivo esa tarde noche y era lograr tenerlo de frente a mi micrófono, consciente de la posibilidad histórica pero obnubilado por cumplir el sueño. Mi sueño.
A las 8 de la mañana del día siguiente me desperté todavía excitado por la alegría desatada la noche anterior con el gol de Carlitos y gracias al pálido empate de River en Tucumán. Decidí improvistamente sumarme al partido de fútbol que ya había descartado. El día avanzaría con una reunión familiar como tantas otras veces pero la adrenalina me disparó finalmente de la cama apenas cuatro horas después de haberme dormido. Habré jugado -bajo mi expreso pedido- cinco minutos. Un baño y a la casa de mi hermano. Todos y nadie más, como hacia un tiempo no pasaba. Mis viejos, mis sobrinos, mis hijos: mi familia. Después de comer me venció el cansancio y me quedé dormido. Al lado mío, como si fuera un viaje en el tiempo, estaba ella: mi mamá. Era un fin de semana perfecto.
Frágil, con marcas de sus últimos años visitando más médicos que nunca, pero entera y rodeada de amor. Así estaba mi vieja cuando el siguiente viernes por la noche, ya entrada la madrugada del sábado, su corazón dijo basta. Y ya nada fue igual. El resto del año -ya lo saben- se completó como una reverenda cagada, aunque nadie puede imaginar el dolor del otro. Ese aprendizaje sí se lo debo al nefasto 2020. La muerte de Maradona completa la tragedia, la tristeza, el final de mi propia infancia. Nada puede ser igual cuando no tenemos con nosotros a quienes nos guiaron o a esos que nos llenaron la vida de alegrías.
Dejemos para la imaginación la certeza de saber si pude o no entrevistar a Diego aquel 7 de marzo. Mejor dejarlo ahí, cuando los sueños todavía estaban vivos…

Gonzalo Suli

Periodista. En Twitter @gonsul.

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