Son decisiones

Sonreírle a la vida a carcajadas.
Llevarla arriba de una pelota, a toda velocidad, escapando y gambeteando los males que intentan opacar el brillo de tus ojos y esa sonrisa blanca que siempre estuvo a la vista.
La gambeta nunca fue tu fuerte —eras más de trabar y meter—, pero supiste usarla cuando hizo falta. Te hiciste fuerte desde el amor, y el amor, lo sabemos, cura.
Sonreíste también en el triunfo, cuando tomaste una Ferrari que venía chocada, con el motor trabado y parado. Y desde tu calma de estanque de campo al amanecer, pediste “un poquito más, muchachos”. Con un Román mágico y un Palermo superhéroe, nos llevaste a ganar otra Copa Libertadores.
Nos contagiaste la sonrisa a todos los xeneizes que veníamos de sufrir un golpe brusco en Córdoba y ese accidente casi fatal en La Plata.
Tu sonrisa ya era leyenda cuando te contaron que el equipo andaba por abajo en el campeonato. Sin declaraciones rimbombantes, sin titulares de diario, saliste a ganar casi diez partidos consecutivos. Y en una noche soñada, con un gol de Carlitos ante la mirada del Diego —el D10s más amado en la tierra—, levantaste los brazos al cielo gritando nuevamente “¡campeón!”, mientras todos se preguntaban cómo andaba todo en Tucumán.
Después te fuiste a salir campeón por Rosario, que siempre estuvo cerca, para esas noches de pizza con los amigos de toda la vida.
Mientras algunos decían malintencionadamente que Boca estaba en crisis, vos mirabas el teléfono, esperando ese mensaje de la piba que tanto te gusta. Hasta que llegó. No lo abriste enseguida: respiraste hondo, te levantaste, diste una vuelta… y recién entonces, sereno, lo leíste.
“Maestro, ¿qué tal si damos una vuelta más?”, decía el texto.
La respuesta fue inmediata: “¿Quién le puede decir que no a Boca?”
Las fuerzas salieron de no sé dónde, pero ya estabas otra vez con la pilcha azul y oro. Las decisiones —tus decisiones— estaban de nuevo en el templo del fútbol mundial. Y de ahí al Mundial de Clubes, donde demostraron, desde adentro y desde afuera, quién es el club más ferviente y apasionado del planeta.
Nos quedará tu sonrisa, tu templanza, los momentos de gloria compartidos.
Pero, por sobre todo, nos quedará tu enseñanza: que el trabajo y el amor son las mejores herramientas para enfrentar esas malditas enfermedades.