Román: La tradición del buen juego

Los buenos jugadores son descubiertos, en general, por cazatalentos. Los cracks solo necesitan que los hinchas los vean unos minutos en cancha, con la pelota en sus pies, para detectarlo y hasta ovacionarlo, en su primer encuentro.
El último Diez necesitó tan solo que le den la pelota, esa pelota que sabía que con él iba a tener la mejor actuación. Y no fue un día más para ese flaco y esbelto jugador de potrero, que algún día sonó como todos debutar en Primera y salir campeón con el club de sus amores.
Ese día fue el 10 de noviembre, Día de la Tradición, esa tradición por el buen juego, el trato dócil de la pelota: él le indicaba a donde ir, y ella, gustosa, iba alegre a ese destino.
Tradición por la gambeta, dejando desairados a cada rival que se le presente por delante, teniendo la pelota al pie, tan dominada que era imposible sacársela.
Tradición por los tiros libres, dejando a los arqueros tan parados, que ni siquiera salían en las fotos.
Tradición de dormir los partidos, o decidir donde se jugaban y como se jugaban, a las escondidas con la pelota, mareando a propios y extraños.
Tradición en patear penales, llegando al límite de la ansiedad con toda su preparación previa, y en el último minuto picarla para que ingrese despacio, engañando al arquero.
Tradición hasta en los reclamos, creando el mundialmente afamado Topo Gigio, que fue un símbolo para todos aquellos que quieran ser escuchados.
Tradición adentro y fuera de la cancha para gambetear y bailar en cualquier límite del campo de juego, pasillos, conferencia de prensa a periodistas, manejando el micrófono con tanta habilidad como la pelota.
Tradición del éxito, ganándolo todo, acostumbrar al hincha a que el campeonato local era solo el paso previo a la Copa Libertadores, y de allí que el festejo comenzó a ser más moderado.
Tradición de la ausencia, cuando se fue al Barcelona, y no encontrando su lugar en el mundo, al toparse con técnicos que no entendieron su juego, para luego si recalar en el Villarreal un club pequeño en historia, pero inmenso desde la calidad de su gente, que de la mano de su magia lo llevaría a lo más alto de Europa.
Tradición de un regreso triunfal a un Boca Juniors que iba por su 6 ta Copa y él se puso al hombro el campeonato desde el principio al fin.
Tradición de ayudar a quienes lo iniciaron hasta transformarse en el jugador terrenal más importante de estas tierras, por ello se fue a su Argentinos Juniors y lo devolvió a Primera.
Esa tradición lo convirtió en el máximo ídolo xeneize, donde, año tras año, los hinchas le demuestran su cariño, aunque sus hazañas queden cada vez más lejos, por el contrario, esa lejanía agiganta su figura, hasta hacerla inalcanzable.
Esta tradición necesitaba una vuelta más, esa vuelta debía cerrar esa etapa de jugador, con sus colores, el azul y oro y en el patio de su casa, La Bombonera. Los ídolos se respetan y el máximo ídolo no se pudo despedir con su gente.
Pasaron muchos años desde la última vez que se cambió en el vestuario y salió a la cancha como jugador del primer equipo. Solo el recuerdo tan latente del pueblo bostero, puede recordar, desde el pase al negro Cáceres, el caño a Yepes, el síndrome laberíntico que le propinó a Makelele, la zamba al Palmeiras, el tiro libre en la niebla de Cucuta, el Topo Gigio a River, y tantas otras jugadas que todo el hincha puede relatar con detalles en cada encuentro o previas de partidos.
Román es tradición, tradición de buen futbol, tradición de ídolo máximo del hincha xeneize. Como toda tradición nos hemos acostumbrado a él, a su juego y éxitos, además la tradición se transmite de generación en generación, lo que mantendrá por siempre intacta sus hazañas y su juego.
Nuestros abuelos nos hablaban de Rojitas, nosotros hablaremos de Román, manteniendo viva la llama de su fútbol.
La despedida es solo un hecho puntual en donde, él se cambiara de jugador, vivirá, como en una película, toda su vida desde el vestuario, hasta tomar el túnel, y sentir el latido del estadio más lindo del mundo, y por último la ovación, que ya es un grito de guerra.
Ese grito que retumbará una y otra vez cuando él piense en su carrera o un grupo de bosteros se encuentren en cualquier cancha de fútbol.
El amor de los xeneizes lo lleva puesto como el mejor perfume francés y es de calidad porque no se pierde con el tiempo, se hace cada vez más fuerte.
Román es hoy y siempre, es hoy verte correr por el verde césped, dejando un pase que solo él puede hacer, y siempre, desde cualquier lugar, porque el jugador y el ídolo están por encima de todo.