MULETAZO MILLENIAL

Cuando se habla de mística copera la mayoría cae en el lugar común de pensar que el aire se condensará en favor de una energía predispuesta para que el más acostumbrado se imponga ante el más improvisado. Algo de eso puede haber, sí. Pero lo más impactante, lo más revelador, sucedió anoche en La Bombonera cuando en un lapso de cinco minutos Darío Benedetto definió -solito- el partido de ida frente a Palmeiras y lo dejó a Boca al borde de una nueva final de Copa Libertadores. No hubo hincha que ayer haya estado en la cancha que no se haya emocionado hasta las lágrimas, y que no haya pensado por un momento en Martín Palermo, en aquella noche frente a River, también un 24, pero de mayo, en aquel glorioso año 2000. Esa es la parte de la mística que llevan adentro los hinchas, que son -a veces- más coperos que los propios jugadores.

Pero vayamos al partido, que tampoco fue un trabajo de cinco minutos y nada más. No señor. Boca trabajó el encuentro, se superó respecto a los partidos anteriores -hablamos de Libertad y Cruzeiro, el resto es cotillón en este semestre- y tuvo como principal virtud neutralizar al mejor equipo de esta Copa Libertadores. Felipe Melo y Bruno Henrique tuvieron que batallar con los ultratitulares Nández y Barrios (mediocampo destinado a quedar grabado a fuego), mientras que Pablo Pérez, Zárate y Pavón sacrificaron toda su energía en ser siempre una rueda de auxilio, en no perder fácilmente la pelota y en terminar las jugadas aunque no pudieran prosperar seriamente. El trabajo de Guillermo, no tirar centros de mierda, dos años más elaborado. Mientras Wanchope aguantaba todo, la defensa se mostró sin sobresaltos: Izquierdoz como baluarte indiscutido, dueño de todo, Magallán un escalón más abajo, pero firme, Olaza dueño de su lateral y Jara jugando un partido para callar bocas. Borja, goleador de la Copa, casi que no la tocó. Y Palmeiras nunca pudo imponer su juego ni tomar el control del ritmo del partido. Eso también fue mérito de Boca.

78 minutos duró ese partido. Esta vez no hubo chicanas previas, Scolari no amenazó con poner al Tino Asprilla, incluso los hinchas de Boca pensaban que tal vez fuera mejor que Pipa le deje a otro su lugar en el banco. Así se presentó el nuevo milagro. Había olor a fiesta, a épica de noche copera. Entonces Guillermo, rápido ayer para los mandados, decidió que Ábila no tenía mucho más para darle al ataque de Boca, exhausto de luchar pero con el trabajo sucio ya hecho. Y mandó a Benedetto a la cancha. Cinco minutos después, el 9.2 (o 18, o 9 recargado) cabeceó un córner poniendo la pelota abajo, lejos del alcance de Weberton, que venía de sacar un tiro libre imposible y chocarse contra el palo. El 1 a 0 era un buen guion para empezar a pensar la película del nuevo héroe de Boca. Pero la frutilla era otra. No lo vamos a contar, todos lo vieron, incluso ya a esta hora es difícil encontrar un video del primer gol, porque el segundo se lleva todo. Fue un golazo, una demostración de aptitudes, un latigazo que le dio una caricia en el alma a todos los hinchas presentes, a los que lo miraron por Fox (sí, vos también) y entonces la emoción se hizo imparable. Se gritó como los goles destinados a quedar en la historia, hubo lágrimas, hubo llantos. La historia trae su mística a través de los recuerdos, y el gol de Benedetto ya está en el top five de la historia moderna, no tengan dudas que es así.

Boca quedó a un paso de la final. No está cerrada la serie, pero lo más importante es que el hincha puede estar tranquilo que el equipo está, dice presente, y -a pesar de lo que opinan ajenos y muchos de los propios- sí que sabe jugar estos partidos.

 

Gonzalo Suli

Periodista. En Twitter @gonsul.

Articulos relacionados